Por Ana Caro
Tarde de mayo en Logroño, compañeros en las gradas, junteros a mis extremos, y un amigo, un Presidente. A él quiero escribirle esta carta, porque como diría Miguel Hernández, “El palomar de las cartas abre su imposible vuelo desde las trémulas mesas donde se apoya el recuerdo, la gravedad de la ausencia, el corazón, el silencio.”
Por eso, “Allá va mi carta cálida, paloma forjada al fuego, con las dos alas plegadas y la dirección en medio”.
Estas cuatros letras van dirigidas a ese chico que viene de “Allá donde se cruzan los caminos, donde el mar no se puede concebir, donde regresa siempre el fugitivo”: Madrid. Lugar que le ha visto crecer, de persona y de jurista, de amigo y compañero, de asesor empedernido, por eso al llegar la noche dice que la lectura descansa a su lado y sus ojos en su costado.
Y al escribirle, y hacer memoria, regreso al tiempo en el que te conocí, y no hago sino sonreír de mi pequeñez y la grandeza de tu apoyo y tu enseñanza; y aquí estoy, rememorando lo que otros muchos aquí presentes pueden pensar: Que con buen rumbo supo pintar los senderos por donde llevarnos a caminar, entre leyes, reglamentos, estatutos y otros “jumentos”, de espaldas fornidas de inventos –fundaciones, sociedades, espacios europeos, PDI y gerentes, secretarios y rectores-. Y acondicionó veredas para el descanso, un Curso, un Seminario; y después se embarcó, en nuestra barca de asociación, izó velas y viajó meciéndonos en las olas del pensamiento y la discusión.
Hoy dice que “Cierro la maleta y pido un taxi para la estación. Y digo adiós, adiós, adiós”, pero nosotros le decimos que no nos haga cantar
“Así estoy yo, así estoy yo, sin ti”, que ha de quedarse aún más, para hacernos soñar bajo los ripios de su entender y saber estar.
Y concluyo mi carta, cerrando los ojos y viendo de nuevo al chico pelirrojo, un señor, un maestro, el amigo. Gracias, Juanma.
|
|
Por José Ramón Chaves
Cuando se habla del Maestro hay que hacerlo con respetuoso disfrute de cada palabra. Así, sin perjuicio de los múltiples homenajes posteriores que sin duda le tendremos que hacer por muchos motivos, ahora toca sencillamente hacer constar que la Presidencia de Juan Manuel frente a la Asociación de Asesores Jurídicos ha cumplido el mismo papel que Espartaco al frente de un grupo rebelde, como catalizador de su gran potencial.
Así, al igual que Espartaco, Juan Manuel se vio empujado a liderar una masa humana de asesores jurídicos en la que se sentía implicado pero sin afán alguno de protagonismo, y al igual que Espartaco aportó fuerza, energía e imaginación, en su lucha por revisar la esclavitud de los servicios jurídicos respecto de los patricios académicos.
No os voy a agobiar con los méritos académicos de Juan Manuel, ni su don para las relaciones públicas, ni con su osadía admirable para defender a los asesores jurídicos frente a las fuerzas vivas que pululan por el mundo académico.
Me quedaré sencillamente con su probada capacidad de liderazgo e impulso sin la cual, muchos de los que aquí estamos, seríamos meras bases andantes de datos y en cambio, gracias a su buen hacer, talento y afabilidad, hoy día somos mejores personas.
Confiemos en que aquí se agote el paralelismo con Espartaco y que reescribamos la historia a favor de un Juan Manuel que tiene ganado un merecido descanso retirándose a la retaguardia de los generales, donde podamos disfrutar de su compañía, gracejo e incluso de su poesía que personalmente me recuerda a cierto bardo de las Galias, incomprendido pero muy querido por sus convecinos jurídicos.
Gracias, querido amigo, por tu labor al frente de la Asociación, y gracias a todos los que han tenido el acierto de este sencillo homenaje pero no por ello menos sentido.
|